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20 enero, 2013

Solsticio vital

La última hoja del árbol, esa que el otoño no había logrado arrancar, se mecía suavemente aquella tarde gris aguardando el instante que tarde o temprano acabaría reuniéndola con sus iguales en el cementerio de hojas secas. Lugar creado por un ser lúgubre y ajeno, ese extraño llamado barrendero cuya horrible tarea en esta vida consistía en apilar impasible cuerpos sin vida sin el menor estremecimiento.




El anciano, cansado, se sienta en un solitario banco del parque y espera. Espera mirando desde la lejanía otras vidas pasar. Espera rememorando la suya propia. Espera a quien está a punto de llegar.

Y cuando por fin aparece se levanta, dejando su pesada carga en el aislado banco. Con una sonrisa, marcha tranquilo hacia el lugar con el que tanto soñó.

2 comentarios:

  1. Me ha emocionado y encantado a partes iguales. Breve, sencillo y sensacional. Intuyo que hay una gran sensibilidad detrás de todas esas palabras y eso me gusta. Muerte, emocional o física, es lo que hay todos los días en todos los lugares aunque no lo percibamos. ¿Quién se percata de esa hoja mustia y caduca? ¿Quién se percata de la soledad del anciano o del dolor de unas manos que piden limosna? La muerte pasa desapercibida de tantas maneras... y de repente un día nos sorprende desde dentro.

    Disfruta de la vida Jose Luis!

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  2. Un anciano en su ocaso es como la última hoja viva del otoño. Esperan lo inevitable... Me ha gustado. :-)

    atlantis2050.blogspot.com

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