Featured Posts
25 abril, 2013
20 enero, 2013
Solsticio vital
La última hoja del árbol, esa que el otoño no había logrado arrancar, se mecía suavemente aquella tarde gris aguardando el instante que tarde o temprano acabaría reuniéndola con sus iguales en el cementerio de hojas secas. Lugar creado por un ser lúgubre y ajeno, ese extraño llamado barrendero cuya horrible tarea en esta vida consistía en apilar impasible cuerpos sin vida sin el menor estremecimiento.
El anciano, cansado, se sienta en un solitario banco del parque y espera. Espera mirando desde la lejanía otras vidas pasar. Espera rememorando la suya propia. Espera a quien está a punto de llegar.
Y cuando por fin aparece se levanta, dejando su pesada carga en el aislado banco. Con una sonrisa, marcha tranquilo hacia el lugar con el que tanto soñó.
El anciano, cansado, se sienta en un solitario banco del parque y espera. Espera mirando desde la lejanía otras vidas pasar. Espera rememorando la suya propia. Espera a quien está a punto de llegar.
Y cuando por fin aparece se levanta, dejando su pesada carga en el aislado banco. Con una sonrisa, marcha tranquilo hacia el lugar con el que tanto soñó.
04 enero, 2013
Tempus regit actus
Como si de una macabra broma divina se
tratara, el día amaneció gris aquella mañana. Una espesa niebla
impedía ver más que siluetas a cinco metros de distancia. Las hojas
caían suavemente de los árboles y ningún coche había por la
calle, como temerosos de perturbar la silenciosa atmósfera que se
respiraba. El gélido aire invernal se colaba como un suspiro por mis
pulmones y volvía a salir a la superficie en forma de vaho. Decidí
abrochar la cremallera de mi abrigo completamente pese al esfuerzo que suponía para mis gélidos dedos, pero el esfuerzo se tornó inútil.
Lo sabían, desde luego que lo sabían,
¿pero cómo podrían haberse enterado? Quizá mi compungido rostro
no dejase opción a dudas. Todos mis intentos por ocultarlo se desvanecían como si de una frágil construcción de paja se trataran. Sus inquisitivas miradas horadaban mi
espíritu y conseguían ponerme extremadamente nervioso. Quería
levantarme y gritarles, pero mi peso era demasiado grande para
intentar tamaño propósito. Métanse en sus asuntos, déjenme vivir.
Intentaba apartar los ojos de ellos pero su mirada se clavaba en mi
nuca como un aguijón. Estaba desesperado, angustiado. Nunca llegaría
a tiempo, era el final. Después de ese día mi forma de enfrentarme
al mundo cambiaría para siempre. ¿Quién era yo, al fin y al cabo,
para cuestionar los designios divinos? Si ese era mi destino, debía
acatarlo. La pesada carga me había sido encomendada a mí por algo.
Un sudor frío recorrió mi espinazo,
consciente de que el momento estaba próximo. El tiempo no cedía, mantenía su estatus de juez impasible descontando segundos para el trágico
desenlace. Tic, tac, mi reloj avisaba. Tic, tac, el tiempo se acerca. Tic, tac, prepárate. Tic, tac, es la hora. Ya era tare para
volver atrás, aunque puede que siempre hubiera sido tarde. Nunca imaginé que ese instante fuera a llegar, al
menos de esta forma. En una vida tan corta como lo es la humana no se debería llegar a esto, es demasiado cruel. Me estaba cagando.
14 noviembre, 2012
06 noviembre, 2012
Humanoclastia
El ser humano, esa especie creada a imagen y semejanza de Dios. El mundo fue creado para ellos y el resto del planeta debe subordinarse a sus deseos.
Las estalactitas y estalagmitas llevan millones de años formándose, gota a gota, segundo a segundo, sin inmutarse por la presencia de la especie todopoderosa, impasibles ante la deidad humana.
Las montañas rascan el cielo en un intento de elevarse a las alturas. Su techo no alcanza a verlo la criatura divina, escondido, jugando con las nubes.
Los ríos corren bravos a lo largo y ancho del planeta, sabedores de su libertad. Su poderoso torrente crea vida tan pronto como la destruye, según le plazca.
El Sol que vio nacer a tus antepasados, brillará cuando tu nieto muera. Y cuando su último descendiente haya muerto, se apagará.
Porque la Naturaleza habrá demostrado que está por encima del hombre y podrá descansar en paz.
Es curioso que los mayores defensores de la vida pertenezcan a la especie que más la entorpece.
21 agosto, 2012
Cadena de mando
El despacho del presidente normalmente reflejaba el carácter pulcro y ordenado de éste, con cada objeto meticulosamente ordenado, tanto que incluso rayaba en lo compulsivo. Aquél día, sin embargo, cuando su asesor entró por la puerta descubrió un universo totalmente desconocido para él. Los bolígrafos estaban esparcidos por la mesa sin sentido alguno, los papeles se arremolinaban por el suelo y una taza de café a medio terminar asomaba entre las carpetas, apiladas de mala manera en una de las múltiples estanterías que abarrotaban el espacio, contribuyendo de manera notable a la sensación de agobio que reinaba en el ambiente. La atmósfera se tornaba asfixiante en un lugar que antaño era sinónimo de paz y sosiego.
El aspecto del presidente denotaba que últimamente no estaba durmiendo correctamente, aquél condenado asunto le había quitado el sueño. Terribles ojeras, pelo alborotado y barba de tres días. Las malas noticias estaban logrando causar estragos en su aspecto juvenil, hazaña que no había logrado antes ni el mismísimo Tiempo. Tal era la precariedad que presentaba el rostro del presidente que el asesor entró cohibido, temeroso de lo que podría llegar a hacer ese hombre desesperado ante las desastrosas noticias que iba a presentarle aquél día.
- Señor, la gente se está inquietando demasiado, no entienden porqué se abusa de ellos de esta manera- inquirió el asesor con un leve deje de temor en la voz.
- Dios sabe que he hecho lo que he podido, pero tras sopesar todas las opciones durante día y noche, he llegado a la conclusión de que no tengo salida para remediar la situación. Por un lado necesito los fondos de los ricos, a quienes prometí ventajas fiscales, para financiar la inminente campaña electoral. Pero también necesito al pueblo, que es al fin y al cabo quien va a elegir en las urnas, y si continúo con esta política de recortes estoy abocado al más absoluto fracaso.
- Así es la democracia, señor. En un sistema basado en la supuesta libertad de elección no se puede contentar a todo el mundo, por lo que hay que buscar la solución que más beneficie a uno mismo.
- Volvemos a estar en lo mismo, es una batalla que no puedo ganar. Si me quedo con los fondos, las revoluciones se recrudecerán. Pero si me decanto por la masa, habré perdido a esa poderosa minoría que consiguió que hoy día esté sentado donde estoy. ¿Qué puedo hacer?- susurró el presidente en un ligero deje de voz, más cercano a una mera reflexión personal que a una pregunta propiamente dicha.
- Déjemelo a mí, sé cómo salir de ésta - afirmó su ayudante, más seguro que de cualquier otra cosa en su vida.
- ¿Ah sí? - un reflejo de esperanza brilló en los ojos del presidente - ¿Y cómo vas a conseguirlo?
- Usted confíe en mí y haga todo lo que le diga sin rechistar. ¿Está claro?
- Desde luego, no tengo otra opción. Haré lo que usted crea conveniente. Siempre ha sabido qué hacer en los momentos difíciles, por lo que tengo en muy alta estima su criterio.
- Bien, lo haremos así entonces. ¡Ah, una última cosa, señor presidente! No voy a sacarle de esta sin obtener nada a cambio, como comprenderá.
- Ya lo imaginaba..., ¿de qué cantidad estamos hablando?
- No señor, no... no es el dinero lo que me interesa.
- Proponga usted mismo sus honorarios entonces... ¿Qué desea?
En ese instante, el calor de la habitación empezó a elevarse hasta niveles inaguantables para cualquier persona humana y una luz rojiza bañó la estancia. El presidente creyó atisbar el reflejo de una llamarada en los ojos de su asesor y sintió pánico, pero en el fondo sabía desde hacía mucho tiempo que aquél día llegaría. Mantenerse en lo alto requiere ciertos sacrificios personales, y eso lo sabían todos los políticos desde el momento en que juraban el cargo. Una única frase emergió de la boca de su asesor, ese insulso hombre que lo acompañaba desde hacía tanto tiempo y al que nunca había prestado demasiada atención. Su voz sonó inusualmente grave:
- Su alma, señor presidente.
05 agosto, 2012
Anytime, anywhere.
Sabes que la música es
absolutamente fundamental en mi vida, no sabría cómo llegar al
final del día sin ella. Sin embargo, dejaré aquí apartado mi
reproductor para escuchar las olas del mar rompiendo
suavemente contra la orilla.
He de reconocer que no es
mala idea, la melodía de la naturaleza merece la pena.
No es posible dejar mi
adicción al tabaco de la noche a la mañana, y esto es algo que también sabes. Lo que sí puedo hacer en este pequeño intervalo de tiempo es
un esfuerzo por no fumar.
No está mal. Mis pulmones agradecen cambiar el sucio humo por la
brisa marina.
Estar tranquilamente bajo
la sombrilla es lo que realmente me apetece en este momento. Aún
así, aceptaré tu consejo y permitiré al Sol broncear mi pálida
piel.
Realmente me está
gustando esta sensación, cómo el astro rey acaricia mi piel desde
la lejanía.
Hago todo lo que me
pides, lo sabes, pero por favor, no me obligues a apartar mi mirada
de tu sonrisa. Nada de lo que hay alrededor puede superarla. Es la razón de que mis oídos aprecien los sonidos de
su alrededor. Es la razón de que mis pulmones recuerden que deben
respirar para seguir funcionando. Es la razón de que mi piel se estremezca alegremente ante los estímulos exteriores.
No, te lo imploro, no me
pidas algo en lo que sabes a ciencia cierta que no podré complacerte. No seas
así. No quieras privarme de la música para mi cuerpo, del aire puro
para mi mente y del bronceado para mi corazón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)